lunes, 18 de junio de 2012

DEPORTE. Alá no está obligado

La historia de Al Bangura


Alhassan Bangura nació en Sierra Leona en 1988, Alhassan era hijo de un miembro de la Sociedad Secreta Poro, una especie de sociedad masona presente en el país desde tiempos inmemoriales, vinculada a la rebelión antiinglesa que se produjo en el país a finales del s. XIX y presente en las decisiones políticas de Sierra Leona durante todo el s. XX. Una secta que tiene entre sus costumbres la de tatuar y mutilar el cuerpo de sus miembros y someterles a una suerte de ritual iniciático de muerte. Cuando tenía tres años, la guerra estalló en el país debido a la implicación de su presidente, Joseph Momoh, en la guerra civil de la vecina Liberia. Un año después, su padre fue asesinado.

Alhassan creció viviendo en un apartamento de una sola habitación con su madre y sus dos hermanas pequeñas, jugando al fútbol en las calles de la capital, Freetown, con el sonido de los disparos y las bombas de fondo. Aún cuando fueron tiempos terribles, Alhassan se libró de los reclutamientos de las guerrillas ya que, cada vez que las cosas parecían torcerse en su barrio, huía con su familia a la vecina Guinea. En el campo de refugiados de Guinea conoció a un francés de unos cuarenta años llamado Pierre. Solía ir a ver los partidos de fútbol que se disputaban en el campo de refugiados y con él Alhassan entablaba largas conversaciones sobre el balón, en las que hablaba de su sueño de ser un día un futbolista de nivel mundial.

En 2002 se llegó a una más que inestable paz en Sierra Leona y la familia de Alhassan regresó definitivamente a Freetown. Atrás quedaron más de cincuenta mil muertos, cientos de miles de refugiados y miles de niños que, inservibles ya para la guerra, vagaban abandonados por todo el país. El destino de Alhassan, con todo, no había sido el peor de los posibles. Otros, sin duda, lo habían pasado mucho peor. Sabía de lo que se había librado, y, en ese sentido, daba gracias a Dios. Todo se torcería, sin embargo, un año después, cuando en 2003, unos hombres acudieron a casa de la madre de Alhassan a recordarle que era obligación del niño la de ocupar el puesto que el padre tenía en la secta Poro. La madre de Alhassan le advirtió de los rituales que la secta practicaba y le instó a tomar la única salida que tenía: huir. Si se quedaba en la ciudad y se negaba a entrar en la secta, sería asesinado. El niño, que tenía entonces sólo quince años, decidió aceptó, entre lágrimas, su destino. Se despidió de su madre y hermanas y marchó de nuevo a Guinea, en busca de su amigo Pierre.

Cuando le encontró, éste le prometió ayuda. Le dijo que le llevaría a Inglaterra y que le ayudaría a sobrevivir. Alhasan reconoce que no sabe cómo lo hizo, pero que poco después tenía los papeles en regla para emigrar a Europa. Junto con Pierre viajó primero a Francia y, poco después, a Londres. Allí Pierre le dejó en un piso y le dijo que en un rato volvería. Pasadas un par de horas, dos hombres entraron en el piso e intentaron violar a Alhassan. Consiguió zafarse de sus agresores y salió corriendo del edificio con los pantalones por las rodillas. Sin saber siquiera dónde estaba, vagó llorando por las calles de un desconocido Londres durante unas horas, hasta que un hombre se le acercó preguntándole si necesitaba ayuda. Alhassan le contó lo sucedido y aquel hombre le acompañó hasta una oficina de inmigración. Allí, Alhassan solicitó el estatuto de refugiado y, tras ello, fue internado en un albergue.

Las primeras semanas en el albergue fueron terriblemente duras. Alhassan reconoce que lloraba todas las noches y que rezaba por poder volver a su casa, aún a riesgo de ser asesinado por los miembros de la secta Poro. Si he de morir, se decía, al menos que sea viendo por última vez a mi madre y hermanas. Un tiempo después, sin embargo, fue cambiado de albergue y allí encontró a un grupo de refugiados de Sierra Leona con los que hizo rápidamente amistad.

Su destino cambiaría completamente cuando una tarde, jugando al fútbol con sus amigos en un parque londinense fue visto por un ojeador del Watford. Éste, sorprendido por las cualidades de aquel niño de dieciséis años, le invitó a hacer una prueba con el equipo y en ella, Alhassan impresionó a los entrenadores de las categorías inferiores del club. Así, firmó un contrato semiprofesional con el club. Pero todo estaba pendiente de la situación legal en Inglaterra de Alhassan. La buena nueva no tardó en llegar: al ser menor de edad, se le concedían los papeles hasta que cumpliera los dieciocho años, cuando se revisaría el caso. Dos años por delante, pues, de tranquilidad.

Así, Alhassan Bangura, en adelante Al, se convirtió en jugador del Watford. El manager del equipo, Aidy Boothroyd reconoce que Al impresionó inmediatamente a los técnicos, no sólo por sus cualidades como mediocentro sino por su madurez y saber estar, sobre el campo y fuera de él. En el club, empero, desconocían la historia que Al, poco hablador, tenía detrás.

Poco a poco, Al se convirtió en una de las perlas de la cantera del modesto club de Hertfordshire y así, a finales de la temporada 2004/05, debutó con sólo diecisiete años en un crucial partido ante el Stoke en el que el Watford se jugaba eludir el descenso a la First Division, sustituyendo al lesionado Gavin Mahon. El Watford ganó 0-1 y con esos tres puntos, certificó su permanencia.

La temporada siguiente fue increíblemente exitosa para el Watford y para Al. El equipo terminó en tercera posición en el Championship y, consecuentemente, jugó el play-off de ascenso. Tras destrozar al Cristal Palace en semifinales, el Watford jugó la final en el Millennium Stadium de Cardiff frente al otrora poderoso Leeds United al que venció por un irrebatible tres a cero. Al jugó aquella temporada nada menos que treinta y ocho partidos de liga con el Watford, anotando el único gol que hasta la fecha ha marcado con la camiseta amarilla. Cuando habla de aquel año, Al reconoce que el día del ascenso es probablemente el mejor de su vida. Esa temporada, además, fue nombrado por los fans de su equipo Jugador Joven del Año.

La temporada siguiente, el Watford volvió a descender a la First División, siendo el colista de la Premier League. Al jugó dieciséis partidos. La experiencia personal, empero, fue positiva. Jugar en una de las mejores ligas del mundo con sólo dieciocho años, cuando tres años antes huías de un país asolado por la guerra, sin un destino conocido, no está, reconozcámoslo, nada mal.

La presente temporada comenzaba para Al como la de su confirmación en el once inicial del Watford. A pesar de comenzarla lesionado, Al confiaba en poder hacerse definitivamente con un hueco en el equipo titular. El equipo confiaba en él, y fruto de esa confianza fue la renovación de su contrato, firmada en mayo. Sin embargo, en noviembre, Al recibía la noticia por parte de las autoridades británicas de que, por ser mayor de edad, se le cancelaba su estatuto de refugiado. A pesar de tener contrato con el Watford, al estar Sierra Leona por debajo del puesto setenta del ranking FIFA y no haber representado Bangura en ninguna ocasión al mismo país en partidos oficiales, su permiso temporal de trabajo también era rechazado. La extradición pesaba sobre él.

Pronto los dirigentes y fans del equipo, así como el resto de jugadores mostraron su apoyo a Al Bangura, que, además, acababa de ser padre de un niño. El jugador apeló contra la decisión de las autoridades inglesas, afirmado que Inglaterra es su país, allí donde tiene su vida, sus amigos y su familia, en sus palabras “la gente del Watford”. El once de diciembre pasado, sin embargo, su apelación fue rechazada, por lo que el expediente de extradición sigue abierto.

Cuando el Watford jugaba su partido de liga frente al Plymouth. En el descanso del mismo, los fans de ambos equipos mostraron retratos de Al Bangura en apoyo al jugador. Al cogió un micrófono y mostró su agradecimiento a todas las personas que le están ayudando en estos difíciles momentos. No pudo aguantar las lágrimas y rompió a llorar. Un llanto probablemente debido, a medias, tanto a la tristeza por la difícil situación que ahora vive, como a la alegría de comprobar cómo, a pesar de la ley, las personas están con él.

El gesto de los fans del Watford, pero sobre todo los del Plymouth, es de esos que te reconcilian con el fútbol. Si cada semana atendemos a casos en los que grupos de idiotas disfrazados de hinchas abuchean a jugadores negros por el color de su piel y entonan cánticos insultantes, hoy disponemos de un contraejemplo que muestra cómo el fútbol sirve también para ayudar a las buenas causas, cómo sirve de vínculo de unión y no sólo, como algunos creen, de enfrentamiento. Ojalá que el caso de Al Bangura se solucione pronto, y para bien. Y ojalá que, de paso, la justicia inglesa -y la de todos los gobiernos- y los hinchas de todo el mundo aprendan algo de este asunto. La justicia, que detrás del frío concepto de inmigrante, de extranjero, se encuentra siempre una historia humana de lucha y superación de la adversidad.

Los hinchas, que tienen el poder de cambiar algunas cosas para bien. 
En la novela sobre los niños soldado en África, el escritor costamarfileño Ahmadou Kourouma, el protagonista Ahmadou Birahima, dice “Alá no está obligado a ser justo en todas las cosas de aquí abajo”. Nosotros, los hombres, sí lo estamos.


vía @Sguasch
Fuente: http://www.diariosdefutbol.com/


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